El dibujo del que escribe
Decía Igor Stravinsky que “La invención supone la imaginación, pero no debe ser confundida con ella, porque el hecho de inventar implica la necesidad de un descubrimiento y de una realización.” Esto, creo yo, se aplica no solo a la música, sino a cualquier manifestación artística, puesto que un artista solo puede constituirse como tal por medio de la invención. La imaginación es apenas un vehículo, fundamental en todo caso, pero que depende absolutamente de la realización para concluir su propósito.
A veces, cuando estoy empezando a escribir, imagino un dibujo. Tal vez imagino un dibujo porque, en esencia, soy más dibujante que escritora. Pienso en el proceso que se esconde detrás de un dibujo: preparar el papel, mezclar las tintas, sacarles punta a los lápices. Me gusta pensar que, al escribir, todos los escritores responden al mismo ritual del dibujante. Hay que mezclar las letras, prepararlas, tener agua a la mano para diluir lo que tenga que ser diluido, matizar lo que tenga que ser matizado. Esperar a que seque la primera capa para continuar dando forma a lo que aún es un boceto. Rozar apenas el papel algunas veces y otras veces descargar con fuerza los colores. Respetar su forma, su textura, porque es el contenedor en el que cobran vida las historias. Creo que el texto es el dibujo del que escribe. En él va dejando fluir, a modo de gotero, todo eso que su imaginación le dicta.
Parafraseo a Cortázar cuando afirmaba que la ficción es el mundo visto a través de los ojos de otro, de su lente particular. En el dibujo sucede lo mismo. La línea, el trazo y el color están inevitablemente viciados por el dibujante, pero no siempre dan fe de su visión del mundo, sino de lo que le interesa que percibamos de él. Puede ser una porción pequeña de una idea o un universo completo. No importa en realidad. Lo que importa es la manera como lo construye y el resultado que nos presenta al final.
Según Cortázar, lo fantástico está presente dentro de cada uno de nosotros, hace parte de nuestra psiquis, del mundo secreto que habitamos por dentro. Sin embargo, deja de ser secreto cuando el escritor, el dibujante, abre las ventanas de esos mundos con su lápiz creador para que otros puedan asomarse. Un buen dibujante, como un buen escritor, será un arquitecto de lo fantástico, un ingeniero de mundos imposibles en constante evolución gracias al aporte de quienes lo habitan —sus lectores—, que no son otra cosa que su fuente de energía, su motor. El dibujo no tiene un propósito sino hay alguien al otro lado del sustrato para apreciarlo, para completarlo a partir de sus impresiones, de las emociones que le suscita, del efecto que deja impreso en él. Y sucede lo mismo con la literatura. Están unidos por el mismo cordón umbilical que los conecta con un espectador desconocido, pero fundamental para su existencia.



Comentarios
Publicar un comentario