Amor de perra
En la impune selva del Pacífico colombiano, Pilar Quintana gestó una historia tan humana como cualquiera de nosotros. La Perra es una novela tan conmovedora como incómoda, esto en el sentido en que enfrenta al lector con sentimientos incómodos, esos de los que sabemos estamos hechos pero que no nos atrevemos a mencionar.
El personaje principal, Damaris, es una mujer atormentada por la infertilidad, por escuchar decir e interiorizar que las mujeres “se secan”, y vive con resignación su realidad de no poder concebir. Sin embargo, la maternidad de Damaris se materializa con la muerte de una madre, la de La Perra que ella decide adoptar. Su llegada le concede la realización de su deseo, tanto así que -aunque con un poco de vergüenza al principio- decide llamarla con el nombre que en sus sueños infantiles había reservado para la hija que siempre quiso, Chirli. El encuentro con Chirli le permite explorar el ejercicio de la maternidad. Así mismo se da cuenta del amor que tiene para ofrecer, a veces igualado al deseo de controlar a la mascota, que en su imaginario hace las veces de hija, y el amor que espera recibir de vuelta.
Del vínculo que se formó entre Damaris y su perra, me llama la atención la forma en que Pilar retrata la idealización de las relaciones, esa creencia de que la existencia y el ofrecimiento de un amor es suficiente para que el ser amado se sienta obligado a retribuir y no precisamente de la manera en que lo siente, sino como el amante espera. Esa es la idea que el amor nos vende: una reciprocidad constante que justificamos en el “yo amo, por tanto el amor que recibo ha de ser de la forma en que quiero”, y olvidamos que hay formas de amar que no están atadas a un deber ser o un deber hacer, a un caminar hasta el otro pueblo para fiar comida o coaccionar a ese ser para que permanezca a nuestro lado aún si eso significa abandonarse a sí mismo y dedicarse a la complacencia.
Damaris amó a Chirli, la alimentó con una jeringa cuando ella era incapaz de comer, la llevó entre sus senos para que no sintiera frío, le dio de su plato para que no pasara hambre y a cambio esperó que la perra renunciara a su naturaleza animal, que se comportara como una hija, que cediera tal como lo hacía Rogelio, su pareja, que a pesar de tener “cara de estar enojado todo el tiempo” (La Perra, pág.15), nunca la contrarió ni se salió del mapa de expectativas que Damaris trazó para él; por el contrario, Chirli devolvió amor de la única forma que sabía, como su instinto le ordenaba, como lo que era: una perra.
—Fernanda Restrepo Mora.
—Fernanda Restrepo Mora.


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