El placer de leer
Un lector apasionado no es el que acumula más libros en su cerebro, ni quien se jacta de la biblioteca más grande con las mejores colecciones. No el que nombra de memoria títulos y autores a manera de competencia. La lectura, por supuesto, debe ser placentera, y el afán de leer no es más que un afán por encontrar el placer. El verdadero lector es un hedonista por excelencia. Claro que es maravilloso encontrar bibliotecas majestuosas en las casas de amigos, caminar por las calles y antojarse de libros, incluso comprar varios a pesar de que se queden durante un tiempo en las repisas o en las mesas de noche. Sin embargo, leer mucho es una cuestión que difiere del placer de leer. Hay quienes viven la lectura como un reto personal e intelectual, que no está mal, pero puede ocurrir que la alegría de identificarse con un personaje, perderse en una historia y olvidarse de la propia vida terminen convirtiéndose en un camino tortuoso y aburrido. No ser capaz de dejar un libro empezado o dejarlo tirado y sentir culpabilidad son situaciones que no deberían ocurrir si finalmente la Literatura es tan amplia, amigable, y diversa. Siempre habrá un libro que nos atrape, pero no faltará el que nos defraude, y no es ni siquiera porque el autor no sea tan bueno, o el libro sea insulso. Es que el placer también tiene sus caprichos y no se deja confundir. Leer es placentero, pero su objeto del deseo no siempre es el mismo. Nos obliga a darle nuevos incentivos, a sorprenderlo y a alimentarlo. Ocurre con todo en la vida. A veces sentimos que necesitamos motivación porque la pereza nos agobia, entonces buscamos una emoción fuerte y rápida, algo que nos sacuda, como El corazón delator de Edgar Allan Poe, que nos pone los pelos de punta y el corazón a correr; y otras veces queremos sin premura disfrutar de cada minuto, observar los detalles para no perdernos de nada, así que recurrimos a una actividad más silenciosa y reflexiva, como la densa y vasta Montaña mágica de Thomas Mann, que nos toca cada fibra y nos enfrenta al existencialista que todos llevamos dentro. Por eso, el verdadero lector siempre está pensando en los libros que le faltan por leer, no en los que ya leyó.
—Amalia Uribe.



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